jueves, 22 de mayo de 2008

Darfur (Sudán)

¿Indiferencia estrepitosa?

El conflicto de Darfur no es nuevo. La disputa entre "africanos" y "árabes" data de antes de que Europa se abalanzara en el continente para repartirse sus territorios en forma de colonias.

Los "árabes", que en realidad eran, en gran parte, musulmanes de habla suahili provenientes del este de África, no sólo tuvieron el monopolio del tráfico de esclavos en grandes porciones del continente, sino que en su momento fueron aliados de los poderes coloniales.

(La crisis humanitaria en Darfur está matando a los más débiles.)

En su versión moderna, sin embargo, la complicidad colonial ha dado paso a la indiferencia más sonora.

Ahora la Organización de Naciones Unidas habla de 300.000 muertos, como resultado de los ataques de las milicias pro-árabes Janjaweed, que presuntamente reciben el respaldo del gobierno de Jartum.

Esta cifra supera en 50% el número de víctimas que había estimado la Organización Mundial de la Salud.

Quienes han dejado la vida en los campos de la muerte de esa región en el este de Sudán -que hace frontera con Chad y la República Centroafricana- han caído en los enfrentamientos entre Janjaweed y la resistencia "africana", o han muerto como resultado de las enfermedades y la malnutrición.

Genocidio

Y es que se estima que la versión moderna de este conflicto ha provocado además el desplazamientro de al menos dos millones de personas, gran parte de las cuales son mujeres y niños.

Pese a ello, no parece haber una respuesta coherente o medianamente efectiva.
(Las milicias "árabes" han sido acusadas de violar a mujeres que huyen de la violencia.)
Dimes y diretes

Un año después de comenzar el conflicto, en 2004, el entonces Secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, dijo ante el congreso de su país que lo que estaba ocurriendo en Darfur era un "genocidio".

Luego de esta declaración, Powell refirió el caso al Consejo de Seguridad de la ONU que, de aceptar la definición del Secretario de Estado estadounidense, debió aplicar la Convención para la Prevención y el Castigo al Crimen de Genocidio de 1948. Pero nada ocurrió.

Ese mismo año, el Parlamento Europeo aprobó una resolución en la que declaraba que Darfur era escenario de algo "equivalente al genocidio", evitando el término "genocidio" como definición.

Esta diferenciación en apariencia semántica es más seria. Al no aplicar el concepto de genocidio, ningún país signatario de la Convención tiene la obligación de aplicarla.

Inacción

A nivel de países individuales, la retórica de la denuncia no se traducía en acciones concretas.
A la propuesta del jefe de las fuerzas armadas británicas de enviar un contingente para evitar las matanzas, se oponía el hoy ex-primer ministro, Tony Blair, quien sin embargo denunciaba de palabra lo que ocurría en Darfur.

Lo mismo sucede con el actual gobierno británico, cuyas obligaciones bélicas en Irak y Afganistán harían logísticamente difícil una intervención en Darfur.

Los demás países europeos adoptaron una actitud similar.

La tarea de evitar que sigan las masacres ha sido entregada a las manos temblorosas de la Unión Africana (UA) y un pequeño contingente de la ONU.

Pero esta alianza de países tiene más buena voluntad que recursos, para actuar en una región de casi medio millón de kilómetros cuadrados.

Las tropas de la UA han sido incapaces de evitar las incursiones de las milicias, que merodean en las afueras de los frágiles campos de refugiados.

Lo que se ha querido hacer, en cambio, es ejercer presión diplomática en el gobierno de Jartum, que se niega a escuchar a Occidente.

China

Y es aquí donde China se ha convertido en una especie de reticente Caballo de Troya diplomático.

El gigante asiático le compra a Sudán 500.000 barriles de petróleo diarios.

En 2007, China importó US$2.000 millones en bienes y servicios y se sabe que este país es el principal proveedor de armas de Sudán.

Desde un primer momento, el gobierno de Pekín se ha asegurado que, en sus tratos con los gobiernos de la región, la "interferencia" política no sería una obstáculo para hacer negocios.

Pero ahora Occidente está presionando a Pekín para que influya en Sudán.

China, que en un momento dado ignoró ese pedido, ha decidido ahora negociar con Jartum.

Y no fue la coacción de la comunidad internacional, sino hechos como la renuncia del director de cine estadounidense, Steven Spielberg, a la jefatura artística de los Juegos Olímpicos de Pekín, lo que rompió la resistencia china.

Actualmente la ayuda humanitaria que llega, aunque a cuentagotas, ha salvado vidas.

Pero la huída de miles de personas a las vecinas Chad y la República Centroafricana, dos países que no se distinguen por su estabilidad interna, le añaden un elemento más a la tragedia de una región que en el siglo XVII fue un reino orgulloso que se extendió hasta la orilla izquierda del Nilo.

Mientras tanto, los muertos siguen engordando a las estadísticas, ante el silencio ensordecedor de los demás.

Javier Farje
BBC Mundo

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