jueves, 5 de marzo de 2009

Michele Boldrin

"La ilusión del multiplicador, por la cual, el Gobierno pasa 100 euros del bolsillo de un ciudadano a una constructora y ésta los convierte en 150 euros es un milagro. Eso lo hacía Cristo, pero no el Estado", asienta Michele Boldrin.

El profesor de la Washington University (Sant Louis) afirma en una entrevista con EXPANSIÓN que los Gobiernos están actuando de forma "precipitada". "Todas las recesiones no son iguales, ni tampoco se resuelven siempre con más dinero público". Sin embargo, se ha instaurado una corriente general en todos los países favorable a la ayudas y subvenciones del Estado.

¿Piensa que el mundo se enfrenta a una nueva ola de proteccionismo?
Estamos ante la reacción típica que ya impulsaron los gobiernos tras el crash de 1929. La tendencia al proteccionismo y a dar ayuda a los sectores en más dificultades, como el del motor, es un juego de suma cero. Lo único que hace es transferir recursos de los contribuyentes a las empresas en apuros. No sirve buscar subsidios públicos para vivir dos días más. Es obvio que todo esto hace daño, pero políticamente se busca el voto, la simpatía de sindicatos, las empresas, etc. Creo que los políticos saben perfectamente bien que esto no resuelve la cuestión.
Entonces, ¿por qué actúan de la misma manera?
La visión dominante piensa que las crisis económicas siempre están determinadas por la falta de demanda. Ésta se intenta suplantar por demanda pública, pero lo que hacen es inventar excusas para gastar dinero público. Todo esto viene de una interpretación incorrecta de lo que ocurrió en EEUU en los años treinta. El New Deal de Roosevelt llegó a pagar a actores para que hicieran espectáculos públicos gratis y a obreros con globos en las calles para ahuyentar a los pájaros de los edificios. Estas ideas se abandonaron en seguida porque se dieron cuenta de que suponían un desperdicio alucinante de recursos y que no servían para nada.
¿Dónde está la raíz de la crisis actual entonces?
Hay un problema de demanda, no porque la gente esté asustada, sino porque posee menos dinero. Empresas y familias han invertido mal su dinero, riqueza y horas de trabajo en unos bienes inmobiliarios que nadie quiere ahora. Ahora son más pobres de lo que pensaban. La reacción natural es, por tanto, consumir menos y ahorrar. El problema es doble. Por un lado, el mercado tiene que reconocer que es más pobre y, por tanto, el consumo medio debe bajar. Por otro lado, una parte de la población tiene que buscarse o inventarse otro trabajo. Muchos quieren volver a hacer lo que hacían antes, pero el Estado no puede ayudarles de forma artificial a conseguir este objetivo.
En este sentido, ¿cómo cree que está actuando España?
Zapatero lo ha hecho mal y la oposición tampoco ha aportado ninguna sugerencia. Soy italiano de origen y la reacción de toda la clase política española me recuerda a lo que hicieron los partidos italianos en los años setenta: populismo y gasto público para alimentar a su clientela electoral. La herencia es un país retrasado y desastroso, en donde los sueldos reales no crecen desde hace trece años.
Hasta hace medio año, el presidente sostenía que la crisis era algo «opinable». ¿No se ha perdido demasiado tiempo en tomar medidas?
Esto es una recesión seria y la salida pasa por dar soluciones verdaderamente originales y nuevas. Lo que más me sorprende es que, desde hace dos años, el Gobierno tenía la capacidad de adoptar reformas fiscales y laborales importantes que ya podrían estar dando sus frutos. Estoy convencido de que ésta es una crisis española y no provocada sólo por el efecto de los mercados financieros. La pauta de crecimiento del modelo español tenía que llegar a su fin. Se creó una máquina infernal entre la burbuja inmobiliaria, la facilidad de crédito y los grandes beneficios. Era necesario que la pelota chocara contra la pared y le rompiera la nariz a unos cuantos. Esto es normal, forma parte del juego.
Aunque tarde, ¿qué se debería hacer a corto plazo?
Hay una parte de la economía que debe reciclarse y el Gobierno puede facilitar ese cambio, combinando el sistema de subsidios por desempleo con políticas más activas de búsqueda de trabajo. Por ejemplo, reduciendo impuestos de verdad. El cheque de 400 euros no crea ningún incentivo para trabajar, ni tampoco al empresario. Por tanto, se deberían dar beneficios fiscales a los parados de las capas más bajas que busquen y consigan un trabajo; reducir la carga fiscal sobre las empresas que reinviertan sus beneficios; y suavizar los subsidios de paro. Además, quedan pendientes las grandes reformas que comenzaron con el primer Gobierno de Aznar y después se paralizaron.
Elegir entre un Estado o millones de personas
"Se puede escoger entre impulsar la demanda desde el Gobierno o facilitar que las familias y empresas puedan decidir por sí mismas". Michele Boldrin (Padova, Italia), doctor en Economía por la Universidad de Rochester en 1987 y actual profesor de la Washington University en St. Louis, tiene claro que «por cada albañil que consigue trabajo con la ayuda del Gobierno hay una empresa que no encuentra crédito. Incrementar el gasto público para sostener la demanda de las empresas que están en quiebra no hace nada más que quitar recursos a otras empresas que no quebrarían».
Boldrin sabe que su postura resulta más "dolorosa" y, seguramente, menos rentable en el terreno político. Pero asegura que la opción que han tomado la mayoría de los Gobiernos está "retrasando" la salida de la crisis.
Boldrin dirige en España la cátedra Repsol de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada. Su labor investigadora se centra, entre otras cosas, los cambios demográficos, en los ciclos económicos y el precio de los activos o el mercado laboral.

EXPANSIÓN - Marzo 2009

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